Por Ana Trespalacios Rivera
Hace dos
milenios se empezaron a utilizar los primeros biomateriales, por ejemplo, para
restaurar piezas dentales: oro, plata o madera; o para mejorar la visión: el
vidrio. Desde entonces, dentro del campo de los biomateriales se han logrado
espectaculares avances, hasta el punto de que más de cincuenta millones de
personas tienen, actualmente, implantado en su cuerpo algún tipo de prótesis
para sustituir partes dañadas de su cuerpo.
Los
biomateriales son materiales farmacológicamente inertes, utilizados para ser
incorporados o implantados dentro de un sistema vivo para reemplazar o
restaurar alguna función permaneciendo en contacto permanente o temporal con
fluidos corporales (aunque también pueden estar localizados fuera del cuerpo,
como materiales dentales y aparatos auditivos).
Los
biomateriales deben cumplir unas condiciones específicas para poder ser
utilizados en el cuerpo humano y éstas dependen de: su biocompatibilidad y su duración. Estos
materiales tienen que permanecer en contacto con los tejidos vivos, por lo que
es imprescindible que posean una buena compatibilidad, es decir, que no
se produzcan reacciones de rechazo en el conjunto tejido-material ni dañen el
organismo, y que mantengan sus prestaciones durante el tiempo que tengan
que estar en servicio. Este tiempo será
muy diferente según la función a que esté destinado y podrán seleccionarse
distintos materiales para fabricar un implante, en función de que éste sea
provisional o definitivo.
Para que el biomaterial se adecúe correctamente a las
necesidades requeridas por cada paciente es necesario tener en cuenta una serie
de factores como, por ejemplo, factores biológicos, mecánicos y cinéticos.
También se debe pensar en las partículas liberadas de
cualquier implante, como consecuencia de su desgaste y de los productos de
degradación a que pueda dar lugar, por eso, se debe revisar también la
tolerancia a estos materiales que tiene cada paciente. La tolerancia y
la toxicidad de cualquier sustancia en el organismo humano va en función
de la concentración en la que se encuentra presente, por eso, a la hora de
diseñar un implante, no solo debemos tener en cuenta los biomateriales que lo
componen, sino también la concentración de cada uno de ellos.
Atendiendo a la naturaleza del biomaterial artificial con el
que se fabrica un implante, se puede establecer una clasificación en biomateriales
cerámicos, metálicos, poliméricos o materiales compuestos.
Los biomateriales cerámicos se empezaron a utilizar
en la década de los 70 cuando se empezó a ver fallos con otro tipo de
biomateriales, como el acero. Estos materiales se caracterizan por su baja
reactividad química, es decir, su carácter inerte, que les aporta una gran
biocompatibilidad. Se utilizan para prótesis de cadera, dientes, etc.
Los biomateriales metálicos están caracterizados por
una gran resistencia a los impactos y al desgaste, pero también cabe destacar
que poseen una muy baja biocompatibilidad, por tanto, se pueden añadir a los implantes
en muy pequeñas dosis. Se utilizan para fijación ortopédica: tornillos, cables,
alambres, etc.
Los biomateriales poliméricos,
se caracterizan por su elasticidad, su facilidad de fabricación y conformación
(en fibras, tejidos, películas o bloques), y su baja densidad. Son ampliamente empleados
en clínica y se utilizan en arterias, venas, orejas, mandíbulas, etc.
Los biomateriales compuestos son aquellos que están
formados por la unión de alguno de los anteriores tipos, por ejemplo,
cerámica-metal y se utilizan en válvulas cardíacas, marcapasos, etc.
Actualmente, con el
continuo aumento de la esperanza de vida y las necesidades de una población
envejecida, se siguen desarrollando nuevos biomateriales y estudiando otros ya
desarrollados para mejorar la calidad de vida de los pacientes. También se está
estudiando cómo lograr la reparación funcional y la reconstrucción de
estructuras biológicas con biomateriales.
Fuente:
http://www.aecientificos.es/empresas/aecientificos/documentos/Biomateriales.pdf
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